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lunes, 11 de septiembre de 2017

Buenos días vecino!!

Por: Licenciado José de Jesús Aguilar Carrasco
Leía por enésima vez algún capítulo de Don quijote para lograr conciliar el sueño, cuando de repente sentí un mareo un tanto raro que me hizo enderezarme de la cama, con cierta pesadumbre trate de incorporarme pero el malestar lejos de disminuir incrementaba, por lo que pude darme cuenta de que no se trataba de ninguna afección patológica sino del inicio de un sismo. Eran las once de la noche con cuarenta minutos cuando comenzó a sentirse un temblor que poco a poco y durante los siguientes segundos fue incrementándose de manera preocupante. Lo que siguió fue dar la instrucción a mi familia de evacuar la vivienda cuyas cortinas y algunos enceres se movían como si estuvieran dentro de un barco en una tormenta en alta mar.
Al salir aún se podía sentir el movimiento que afortunadamente oscilatorio en esta zona del país pocos daños causo, sin embargo pude percatarme de algo mucho más preocupante de lo que había sucedido y del susto que habíamos pasado esa noche del siete de septiembre. Como si nos encontrásemos en el abandono total o viviendo en un desierto, pocos fueron los vecinos que nos acercamos al resto a preguntar si nos había ocurrido algo o si se nos ofrecía algún apoyo en caso de haber tenido penurias.
Días antes los mismos vecinos habían reclamado unísonamente por condiciones materiales que habrían sido dañadas o perdidas por factores externos, y la capacidad de comunicarse para reclamar, para defender lo material había sido evidente, incluso hasta colectiva de unos contra otros, pero esa noche, la noche del terremoto más intenso en los últimos cien años en nuestro país, los menos como dije su preocuparon por su entorno.
Después, poco a poco las noticias fueron dando cuenta de daños materiales en el sureste del país, de personas que en el infortunio del terremoto habían perdido la vida, y entonces dimos gracias quienes en el centro habitamos porque los estragos hacia esta zona habían sido los menos.
Entonces surgió la pregunta de ¿es necesario que haya muerte, desolación y perdidas para que como seres humanos y como vecinos nos preocupemos y apoyemos unos a los otros?, me parece que  no, desafortunadamente en la vorágine de una vida apresurada por las exigencias cotidianas, hemos perdido la parte más fundamental de toda sociedad, la de conformar  comunidad, esa que se basa en el conocimiento y en la pertenencia de quien vive junto de nosotros, esa que deriva de la habitualidad de observarnos  y de convivir en un mismo entorno, esa que debiera servirnos para desde un “buenos días” iniciar la labor diaria. ¿Cómo podemos entonces exigir buenos gobiernos y resultados positivos en el ejercicio público? Si como sociedad no somos capaces de interceder por nosotros mismos. Le recuerdo apreciable lector que es la población parte fundamental del Estado, y que en la medida en que tengamos esa población cohesionada e implicada para lograr la más elemental vida en común será como podamos exigir unidos y al unísono mejores condiciones de vida a partir de gobiernos que por cierto nosotros mismo elegimos.

Hace veintiocho años Puebla vivió el más grande terremoto en su historia, entonces fuimos capaces de unirnos, de salir adelante. Meses más tarde las lluvias más copiosas y destructivas impactaron la sierra norte de Puebla, dejando eso, muerte y desolación. No necesitamos a estos jinetes del apocalipsis para corregir las fallas que como sociedad hemos tenido. Hoy Oaxaca, Tabasco y Chiapas nos necesitan, apoyemos sin distingo ni remedo alguno, y para aquellos cuyos familiares perdieron la vida en esta acción incontrolable de la naturaleza, nuestro más sentido abrazo y sentimiento de afecto, hoy como antes, como siempre México estará de pie.

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